La Leyenda del Hombre Pájaro

En las oscuras y solitarias noches de las rancherías cercanas al pueblo de El Tuito, en el corazón de Cabo Corrientes, corría un susurro que aterraba hasta a los más valientes. Decían que, en el silencio de la madrugada, cuando la luna se escondía detrás de las montañas y las estrellas titilaban con un brillo casi venenoso, un hombre extraño y enigmático acechaba las orillas del pueblo. Nadie sabía su nombre, pero todos lo conocían como El Hombre Pájaro.

Aquel brujo, de mirada penetrante y cuerpo de sombras, no tenía rostro. Nadie sabía si era un hombre de carne y hueso o algo mucho más antiguo, algo que había olvidado el tiempo. Se decía que había nacido en la selva profunda en conjunción con el bosque acentuado de coníferas, rodeado de extraños rituales y magia oscura, y que, durante su vida, había aprendido a volverse uno con las aves, las criaturas del viento y la noche. Su pacto con las sombras le otorgó un poder terrible, uno que lo hacía capaz de transformar su cuerpo en el de un gigantesco pájaro, con alas negras que cubrían el cielo y garras de hierro que podían desgarrar la carne de cualquier ser.

Cada noche, cuando el pueblo de El Tuito quedaba en silencio, el Hombre Pájaro salía de su escondite en los bosques cercanos, sus alas batían con un sonido sordo, casi imperceptible, como un susurro entre los árboles. Buscaba a las jóvenes doncellas que se atrevían a caminar solas en la oscuridad, sin saber lo que las esperaba.

Las mujeres, con el rostro iluminado solo por el resplandor de la luna, sentían una presencia extraña que las seguía, un frío que les recorría la espina dorsal, pero antes de que pudieran reaccionar, sentían el suave roce de las garras del Hombre Pájaro en sus hombros, como si las tocara en un abrazo mortal. Con un grito ahogado, la mujer era levantada del suelo, y en un abrir y cerrar de ojos, desaparecía entre las sombras. Nadie más volvía a verlas. Nadie podía hablar de ellas, como si el viento se las hubiera tragado.

Se contaba que las almas de esas doncellas, atrapadas en el cuerpo del Hombre Pájaro, ahora vagaban como espectros, condenadas a volar en la noche eterna, buscando otras almas jóvenes y desprevenidas para arrastrarlas al reino de la oscuridad.

Hubo quienes intentaron enfrentarse a Él. Un valiente hombre, armado con una lanza de roble y con el alma llena de coraje, se adentró en los bosques para buscar al Hombre Pájaro y rescatar a las desaparecidas. Pero, al igual que las demás, nunca regresó. En su lugar, se encontró una pluma negra sobre una roca, una pluma que, según contaban los ancianos, estaba maldita y contenía el alma de los caídos.

Poco a poco, el pueblo de El Tuito dejó de ver a las jóvenes paseando por la noche. Las madres comenzaban a encerrar a sus hijas antes de la caída del sol, y el miedo se apoderó de todos. La leyenda del Hombre Pájaro se extendió como un manto de terror sobre las generaciones venideras. Nadie se atrevió a salir después del anochecer, y las luces de las casas se apagaban temprano, con temor a lo que pudiera acechar en la oscuridad.

Sin embargo, en noches especialmente sombrías, cuando el viento arrastra las hojas secas y las sombras parecen moverse por sí solas, algunos aseguran escuchar el eco de un grito lejano, un susurro de alas batiendo en la distancia. Y, si se escucha con atención, dicen que, en la quietud de la noche, se puede oír la risa burlona del Hombre Pájaro, sabiendo que nunca dejará de llevarse lo que le pertenece: las almas de las doncellas que, imprudentes, caminan solas bajo la luz de la luna.

Y así, la leyenda del Hombre Pájaro sigue viva. Porque, al final, en las tierras de El Tuito, no hay noche que pase sin que algún alma sienta el roce del viento y el leve temblor de unas alas oscuras, dispuestas a arrastrarlas hacia lo desconocido.